"Elogio a la rebeldía mal entendida"

Micro-cuento

En un tiempo prosaico en la tierra de los sueños, donde la guerra y la corbata rehuían del ideal y la utopía, no fueron pocos los que saborearon el peso del plomo sobre sus hombros, la sangre borbotar de la tierra y una madre llorar la atroz mortalidad. Cielos grises cernían los espíritus de los vivos que fingían recordar a sus santos muertos, obviando cínicamente las huellas que sus difuntos marcaban en un juego entre el fuego y la alquimia. Hijos de aquel tiempo, toda una generación desaseada comenzó a germinar junto con la maleza de los campos.

Entendieron su espacio como un lugar sin límites, comprendieron que la vida era un ejercicio de libertad frente a la exportada autoridad que sus padres obviaron en otorgar. Los límites de las zanjas valladas y las imponentes miradas desde los altares de hormigón no armaron sus corazones. Desecharon su deferencia y tomaron con desacato redomado las riendas de una tierra desidiosa.

Descendientes de un arcaico mundo represivo, violento, administrativo; los vástagos de los humos de ciudad y sus hermanos desarropados de los campos, decidieron fundar la más formidable festividad pagana de la modernidad. Fundieron sus palmas, unieron sus penes, abrieron sus ojos, sus vientres y compartieron toda su humanidad. Respiraron al compás del nuevo hollín que invadía todo apéndice posible de imaginar: repartiéndose sobre senos gastados de tanto follar, dispersándose entre lenguas al besar o asaltándo cavidades por chupar.

Tomaron para ello las afueras de la Nueva Gran Ciudad, requiriendo aquellas proles sobre sí la importancia que nunca se les debió despojar. Alabado por música ondulada, el hálito tomo corporeidad en una masa que se confundió con unidad de contornos hasta entonces individuales. Hijos de la madre tierra se empezaron a hacer llamar y durante cuatro días y tres noches mantuvieron ritmos imposibles de redactar haciendo que las puertas del cielo se olvidaran ante el paraíso terrenal que en el espacio menos esperado estaba teniendo lugar.

El espectáculo era sobrecogedor, una bárbaro campo ya desértico por el reptar continuo de una áspid de colores chillones, largas cabelleras, bellos faciales y signos de paz. Algo estaba pareciendo cambiar y ahí fué cuando la humanidad tomo aire y se sobrecogió por su belleza. Las televisiones de medio mundo comenzaron a grabar y emitir una imagen sin duda todavía guardada en la memoria de la sociedad. En la última de las noches del magnífico festival, el cielo comenzó a desprenderse con la violencia de una tempestad asimilable al gran diluvio universal.

Aquella noche, en mitad de la tormenta se vió al gran reptil nadar en la piscina. Hoy sabemos, que ése fue el final de un viejo mundo y el principio de uno nuevo, pero igual de añejo.

 

David Vilches R.